Cuando estuve con Tai González esa noche, sentí como el tiempo se detuvo en cada movimiento. No pude tampoco dejar de observar el lunar que su teta exhibía en su redondez, me cautivó. El resto de la madrugada transcurrió con el mismo apaciguamiento del tiempo detenido. Desperté a su lado, semiarropado por la fina tela de las sábanas que llevaron la estela de su aroma. La besé. Amaba despertar a su lado y ver su sonrisa. Por los rayos de sol que entraron por la ventana, intuí que sería un día excelente, pero un trueno no tardó en hacerme cambiar de opinión. Pensé que podía ser una excusa perfecta para un día post-sexo en la cama, pero el sonido de las gotas de lluvia contra la ventana fue como un tambor que repicó en mis tímpanos, recordándome que no debía quedarme allí más tiempo. Ella comenzó a tocar mi pecho con sus manos suaves de modelo australiana, y casi logró hacerme desistir de mis ilusiones de irme, pero tuve que hacerme el duro para dejarla e ir al trabajo. Saqué del horno la última tostada, le puse un poco de mantequilla y canela en polvo, me despedí de ella con un beso indiferente y salí del apartamento. Cuando llegué a mi oficina, cubierto de agua, encontré un frasco tapado, me desconcertó por que no tenía remitente, y tampoco un
a tarjeta que explicara nada. Contuvo por unos momentos un pétalo de tulipán, una de las flores más hermosas. Pasé varias horas consumado por la hermosura de ese pétalo, sin pensar en otra cosa que en su olor y su belleza, hasta que una débil tos surgió de mi garganta, y el pétalo se disolvió en un plasma de color turquesa. Sólo entonces comprendí quien lo había enviado, y supe que no volvería a verla.
No comments:
Post a Comment