Primero fue el turno del verde. El verde tocaba sus pieles, lamía sus ojos. Causaba una sed de pasión que era avivada por el amarillo. El amarillo con su calor, que quemaba sus párpados, les erizaba los vellos, los desgarraba, cual garra de dragón. Y esa sed de pasión solo se calmaba con el negro, que cubría todo con el cerrar de sus ojos, que les confundía y les enredaba en un rítmico movimiento tan natural que los llevaba hasta el nirvana. Sus mentes volaban, sus labios se tocaban, se exploraban mutuamente.
Y en el éxtasis del momento, nació el rojo. Como una explosión de amor que se expandía aplastando todo cuánto no era satisfactorio. Sus bocas se abrieron, sus ojos se cerraron, su respiración se trancó y con un débil y muy tenue gemido...
...blanco.
No comments:
Post a Comment