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18.11.09

[ Psicópata - 13 Palabas ]

No soy un psicópata . No soy un psicópata. No soy un psicópata.

Me desperté. Por fin había salido de ese agobiante sueño, detestaba los sueños recurrentes, pero algo más atrajo mi atención: ruido. Había alguien en la casa. Sentí como si el tiempo se detuviera, la adrenalina fluía por mi cuerpo y podía sentirla en mi boca. Decidí ser cauteloso y por ello no encendí las luces, pensé que si podría enredar al intruso en su propio juego sería capaz de burlarlo. Me dirigí hacia las voces y me sentí como un estúpido al descubrir que se trataba de mi hija y una amiga. Todavía no me acostumbraba al hecho de que estuviera viviendo conmigo.
Estaba maquillada. Hacia dos semanas que se había mudado y ya planeaba escaparse a una fiesta.
Que molesto se había tornado todo.
Tener que hacerme cargo de una estúpida adolescente que no hace caso a ninguna de las órdenes que yo le daba, como si me culpara por el divorcio de su madre y mio.

Al entrar en su habitación y acercarme a ella, las emociones afloraron en su rostro, la rabia de haber sido descubierta y la decepción porque sabía que sería castigada. Analicé la mirada llena de odio que me dirigía y se me revolvió el estómago. Parecía no haber otra manera de hacerle entender que debía obedecerme que a los golpes. No quería volver a verla mirándome de ese modo, nunca más. Y de pronto, me sentí diferente. Como si ya nada me importara en el mundo. Mi mujer me había exigido el divorcio y mi hija me odiaba, pero eso cambiaría. Si tendría que ser así seria a mi manera. Mi hija se puso en pie y le ordené a su amiga que se marchara de la casa. Cuando estuvimos solos me acerqué a mi hija y la empujé. Así de sencillo era, no sentía remordimiento ni alguna otra cosa.
Antes de que empezara a gritar como una maniática la ahogué con la almohada. Que curioso. Presencié su nacimiento y su muerte. La acomodé en su cama y le puse en las manos una flor.

Bajé con sigilo al laboratorio, aunque sabía que ya nadie escucharía mis pasos en esa casa que ahora se escuchaba tan vacía. Mi casa. Mientras intentaba recordar dónde había escondido mi arma, di con una botella de cianuro y me pareció más apropiado. Subí a su habitación y me acosté junto a ella. Miré la botella y di un largo trago. Mientras moría pensaba. Mi mujer no es divorciada, es viuda. Mi hija no me odiaba, de hecho mi hija no sentía. Y yo, ahora estaba en paz.

Creo que soy un psicópata. No soy un psicópata. No soy un psicópata.

Me desperté. Por fin había salido de ese agobiante sueño.

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